Los pasados días de fiestas y
celebraciones Navideñas he tenido la posibilidad de comer y cenar fuera de casa con mi
familia. Somos un grupo numeroso, cercano a la doble decena, y entiendo que no sea siempre fácil atender,
y más en estos días, un grupo de este
perfil. Yo, que me considero una persona tolerante, entiendo que algunas cosas
puedan fallar en este entorno, que el servicio sea algo lento, que algún plato
no llegue a su temperatura, o que la presentación del plato no sea la habitual.
Entendería cualquiera de uno de estos posibles “deslices”, pero no los que se
han repetido en los dos restaurantes de la capital Guipuzcoana donde he cenado
tanto en Nochevieja como comido en año nuevo.
El problema ha venido por el
lado, a priori, más fácil de resolver. Vamos
donde más difícil era estropear el ágape. El Vino, producto por el que
reconozco tener una especial sensibilidad y dedicación.
Las dos reuniones eran de menú degustación
y cerrado, degustaciones donde el vino venía incluido y era a sugerencia de la
casa. Pues en ambos casos tuvimos que pedir la carta y cambiar de vino. Ninguno
de los dos vinos tintos estaba a la altura del menú, además de lejos. Me parece
grave siempre, pero más cuando el restaurador goza del beneplácito del “Sr. Michelín”. No voy a responsabilizar al
sommelier sino al gestor, al que mira los costes. En un grupo numeroso como el
nuestro con personas de diferentes edades, niños, jóvenes, ancianos donde el
consumo de vino no ha excedido las tres o cuatro botellas, el coste de no meter
la pata y dañar la imagen podía arreglarse por 1Euro por botella, no hacía
falta más. (Euro que dividido entre las 20 personas que cenábamos tenía un
impacto sobre la rentabilidad por persona ridículo).
Una pena que solo se tenga en
cuenta una parte de lo que se ofrece al cliente y no el todo en su conjunto.
Muchos hosteleros con los que trato a diario justifican la decisión de ofrecer
como vino de la casa a sus clientes un vino determinado en lugar de otros con
una frase que cada día me solivianta más, “nadie protesta”, parece que con eso
basta, parece que con el rigor económico que padecemos el servicio de mínimos
se está instalando en nuestro día a día. Quizá algunos sobrevivan con esta
política de mínimos, de escatimar la calidad de menospreciar al cliente, pero
no olvidemos que después de la tempestad viene la calma. Si la primera daña la
estructura del barco este se hundirá aunque la mar esté en calma, será solo
cuestión de tiempo…
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